No es mi interés discutir si la cuarentena estricta es la mejor solución, ni si las medidas paliativas de los distintos gobiernos, sanitarias y económicas, son la mejor respuesta a la crisis. Dado el grado de incertidumbre existente con respecto al virus, y a las consecuencias de las medidas que se van adoptando, solo nos queda esperar que las mismas sean las adecuadas.
Lo que me interesa aquí es analizar un tema que aparece poco en la sobreabundancia de información catastrófica que los medios proponen: el contexto mundial socioeconómico previo (o carencias preexistentes) sobre el que opera esta pandemia. Considero que este análisis es imprescindible para permitir detectar las tendencias que van a marcar la era post-pandemia.
Ya hace varios años que la valorización del capital a nivel global depende menos de las ganancias de las empresas que del valor nominal de las acciones y de los préstamos, tanto a países como a particulares, que en general tienen limitada posibilidad de repago. De hecho entre los años 2014 al 2019 el ROI (Retorno sobre la Inversión = Ganancias / Capital) de las 2000 principales empresas mundiales, según los datos de Forbes, estaba por debajo del 2% anual, mientras que para las 100 más rentables estaba apenas por encima de ese porcentaje. Por otro lado el valor de mercado de las acciones de las empresas que más se valorizaron aumentó un 180% en el período. Por ejemplo, para el paradigma de las nuevas tecnologías – Amazon, este se multiplicó más de 5 veces en 6 años (de unos 160 mil millones de u$s a unos 815 mil). La rentabilidad de Amazon fue en general nula o baja salvo en 2019. Aún en este caso de un año de ganancias óptimas se necesitarían unos 100 años para que los inversores puedan recuperar la inversión a partir de las ganancias de la empresa. Y la situación es aún peor para algunas de las empresas estrella de la «nueva economía» como Uber o Tesla, las que han tenido fuertes pérdidas desde el inicio de sus actividades. Increíblemente Tesla llegó a un pico de valor de mercado de 88 mil millones de u$s hacia fines del 2019, mayor que los de Ford y GM combinadas, a pesar de su nula rentabilidad. Para un análisis sintético sobre la relación de los desarrollos tecnológicos con el contexto socioeconómico ver: The Digital Era Techno-Economic Paradigm – Daniel Blank, Michael Winokur – Proceedings IEEE IES ICIT2020.
Es decir que ya previamente a la pandemia la economía global había pasado de la acumulación de capital basado en las ganancias de los sistemas productivos a la pura especulación financiera y a la creación de capital ficticio. En este contexto hay que ver en esta situación el resultado de la crisis de rentabilidad y no la causa de la misma. La rentabilidad de los procesos productivos es cada vez menor y el capital busca autovalorizarse financieramente. La explosión de la burbuja especulativa era por lo tanto previsible e inminente. El coronavirus, y la cuarentena asociada, sólo fue el disparador que aceleró y agravó la ocurrencia de la crisis.
Lo mismo puede decirse con respecto a las tendencias a la deslocalización y precarización del trabajo, impulsadas por las tecnologías de automatización y comunicación. Esto se verifica en la disminución de la cantidad neta de empleos, fundamentalmente en los sectores de media calificación, así como en el capital fijo disponible por empleado. Para las 20 empresas que tenían las mayores ganancias en el mundo, la cantidad de empleados después de alcanzar un pico de 8,5 millones en el 2015 bajó a unos 4,5 millones. Dentro de éstas para las 4 empresas de servicios tecnológicos puros (Amazon, Alphabet, Facebook, Microsoft) las ganancias por empleado son unas 3,5 veces mayor que las del resto. Esa situación refleja el cambio del paradigma tecno-económico que deja de sustentarse en las empresas de producción de bienes o servicios físicos para pasar cada vez más a los consumos digitales. También, ya mucho antes de la aparición del virus, se verificaba un cambio en las nominaciones: los «empleados», producto de la descentralización y tercerización, pasan a llamarse «colaboradores»; los consumos pasan de estar fundamentalmente basados en los bienes físicos a los consumos intangibles, las llamadas «experiencias del usuario» (ver: Todos los nombres. En torno al acto de nombrar o la tecno-economía como modo de ordenar el mundo -Tamara Liponetzy, Daniel Blank)
Junto con ello ya se verificaba una mayor «sensibilización social» con respecto al tema de la salud reflejada en el aumento de la rentabilidad de las empresas asociadas al sector y en la consiguiente presión por monitorear exhaustivamente a la población en tiempo real tanto por objetivos «sanitarios» como de «seguridad». Un ejemplo de ello fue el intento de dotar de dispositivos FitBit a docentes del estado de Georgia EEUU, pulseras para medir el estado físico de cada persona, con el objetivo de controlar si alguien cumplía el plan de ejercicios para bajar de peso, además de otros parámetros de «salud». Esto permitía controlar en forma continua no sólo datos «sanitarios» sino también donde se encontraba, el tipo de actividad, etc. La falta de cumplimiento de lo normado, o el intento de sacarse la pulsera preveía sanciones que podrían llegar a la pérdida del trabajo y/o de la cobertura de salud. La iniciativa fue abortada por una huelga de docentes que abarcó varios estados hacia los que se trataba de generalizar el uso (Fahrenheit 11/9 – Michel Moore – Disponible en Netflix). El desarrollo de esta pandemia va a licuar cualquier resistencia y vamos a aceptar gustosos cualquier dispositivo que nos garantice que vamos a estar «sanos», sin pensar demasiado en los riesgos asociados con la privacidad.
En síntesis, esta crisis sólo aceleró y agravó las tendencias preexistentes que es muy probable que continúen el día después. Por ello no creo que se pueda sostener seriamente que de esta situación se volverá más o menos indemnes. Más bien estamos viviendo un mundo que ya no volverá a ser como era. Podemos lamentarlo, pero no creer que va a ser sin daños permanentes en cuanto a incremento de la pobreza, de la marginación y el control social autoritario. Tenemos que pensar cómo podemos construir un mundo mejor, que sin dudas no va a tener la forma de un retorno nostálgico a un Estado de Bienestar neo-keynensiano ya perdido para siempre. Esperemos que no sea tarde para empezar a preocuparnos.